¿ Dónde están?

11.12.06

Su esposo trabaja hasta los domingos, para poder pagar la universidad de su hijo, Pablo. Ella lo espera y le prepara una rica carbonada. Mientras pela una papa, su hijo la interrumpe y le da un abrazo. La aprieta y, con los ojos cristalinos, le dice al oído que el dictador está muerto. La mujer suelta unas lágrimas y se acuerda de Armando, su hijo desaparecido. Hace más de treinta años que salió a comprar pan y aún no vuelve. Ella ya no lo espera. Sabe que el odio se lo llevó y no lo devolverá jamás. Todos los recuerdos se le vienen de golpe a la cabeza. La angustia de las primeras horas, la incansable búsqueda en la que se transformó su vida y la impunidad con la que caminan por la calle los culpables se vuelven imágenes reales y dolorosas. No estaban olvidadas. Sólo escondidas, para tratar de vivir mejor. Pero no se puede.

La madre piensa que su Armando estaría saltando en la Plaza Italia en este momento. Ella no sabe qué hacer. El dictador se fue sin pagar. No es que quiera venganza, pero no encuentra justo que él pueda ser enterrado por sus familiares y su desaparecido retoño siga sin descansar en un lugar que sólo la maldad humana conoce. Su otro hijo le pregunta si está feliz. Ella no sabe qué responder. La maldad no ha muerto, sólo uno de sus representantes. Su Armando no volverá. Pero el hecho de no compartir más el mismo país con el dictador la hace estar algo satisfecha. Se siente un poco más libre. Pero nunca feliz. Ella no sabe dónde está su hijo. Nunca lo sabrá. La muerte es sólo un paso más en el cobarde escape de un hombre que tomó a dios como estandarte de su paso diabólico y lleno de sangre.

La madre prende una vela frente a la foto de su hijo desaparecido. Mientras la ve consumirse, piensa en lo que está pasando. Tiene miedo de que la historia no juzgue al dictador como se lo merece. No quiere que su hijo sea un accidente en la vida del monstruo que se disfrazó de presidente. No quiere que la salvación económica entierre a su hijo en el olvido. No quiere honores de estado.

El esposo llega y lo primero que hace es abrazarla. Pablo se suma al recuerdo del hermano que nuca conoció.

Pinochet ha muerto. Es deber nuestro que la justicia no lo haga.

1 Testigos:

Hector Muñoz Tapia dijo...

Dónde están? Lo habrá sabidoc on detalñle el finao? Si dijo quie no se movía uan hoja sin que él lo supiera, claro que lo sabía.

Ojalá alguien más lo sepa y lo diga, para que podamos ir cerrando, aunque sea un poco nomas, las heridas abiertas aun.

Un escrito sincero te has mandado, hermano...